Por Álvaro Calleja (Corresponsal en Madrid)
Nunca pensé que iba a tener la bonita oportunidad, preciosa, única, de escribir sobre la victoria de España en un Mundial. Hace dos años y poco más de un mes, antes de que Luis Aragonés nos guiara hacia el éxito en la Eurocopa, era algo impensable, una locura para una selección que sólo había probado el sabor de la gloria en una ocasión, allá por el lejano 1964, cuando Marcelino se coló en la historia de un país necesitado de triunfos.
Pero ahora, gracias a unos chicos que no conocen la prepotencia, que de la humildad hacen su fortaleza, que juegan como los ángeles, que tocan y tocan hasta desesperar al rival y alzar su estilo al cielo, la historia de un país entero ha cambiado para siempre. España, bajo la batuta de Luis Aragonés, el gran artífice de ese cambio, el hombre que se enfrentó a la multitud para defender sus ideas, que acabó siendo manteado bajo el cielo de Viena por los campeones de Europa, y de Vicente del Bosque, el ser más tranquilo del planeta, la persona ideal para relevar a Luis, han demostrado que jugando bien, muy bien, casi rozando la perfección, enamorando al mundo entero, también un combinado puede ganar, puede ser mejor que todo aquel que intenta, por las buenas, como Alemania, o por las malas, como Holanda, plantarle cara.
Andrés Iniesta, un mago con balón, tímido sin él, puso la guinda a una bonita película que ya es leyenda tomando el papel, el de goleador, de Fernando Torres, el “Niño” del Atlético, el “Niño” del Liverpool”. Iniesta, como Xavi, como Busquets, como Xabi Alonso, como Cesc Fábregas, como Gerard Piqué, como Carles Puyol, como David Villa, como el propio Torres, como Iker Casillas, el capitán que echó las lágrimas de un país entero, representa el modelo de futbolista con el que soñaría cualquier equipo del planeta. Esos que pueden decidir el resultado de un partido, sea cual sea su función dentro del campo, unos, restando goles, otros, sumándolos. Esos que se dejan la piel por unos colores, los que viven por y para el fútbol, con el que disfrutan y hacen disfrutar.
España está de suerte por haber conocido, por haber dado con una generación de jugadores así. Y España se lo hizo saber el pasado lunes por las calles de Madrid, abarrotadas por miles y miles de aficionados que daban las gracias por este mes de fútbol, por estos dos años de alegrías, por estar orgullosos de una selección que ha encontrado el espíritu ganador, el espíritu de la victoria, el que tanto tiempo llevaba buscando y no encontrando.