Por Matías Enríquez
Nadie se atreve a innovar hacia lo diferente. Nadie propone un planteamiento audaz y renovador orientado al buen juego por sobre el resultadismo. La consecuencia es inevitable: el nivel del fútbol argentino es realmente malo. Desde directores técnicos mezquinos y dirigentes incapaces hasta los verborrágicos simpatizantes e incluso los medios, la culpa la tenemos todos.
Hace varios años que el fenómeno comienza a darse con cierta asiduidad. Casi como una ironía del destino, el fútbol argentino ha comenzado a menguar desde la devaluación de los equipos grandes y del progreso del resto de los equipos. River, Boca, Independiente, Racing y San Lorenzo ya no imponen el respeto que antes, tal es así que, hoy en día, es más difícil sacar un punto en el estadio de Velez o de Estudiantes que en La Bombonera o el Monumental. Ni hablar del resto.
La culpa es de todos. El nivel de los jugadores ha disminuido de forma radical. Más sujetos al esquema táctico que al libre albedrío de sus condiciones innatas, ya no existen los cracks de otras épocas. También son responsables los hinchas, dotados de frenética impaciencia. Si los resultados no se dan en dos o tres fechas empiezan a defenestrar al técnico de turno pidiendo al glorioso entrenador de aquellos años dorados, aún si este estuviese muerto. Así de loco esta el fútbol argentino. En ese sentido, también el periodismo es culpable. Ante el primer cimbronazo colateral del resultado, levantan rumores y suspicacias acelarando la salida del entrenador.
Prisioneros de la presión y la crisis, los entrenadores muchas veces renuncian a sus ideas de juego en pos del resultado. Los que no lo hacen terminan relegados de sus funciones por el nefasto «no cumplimiento de las expectativas». Ellos también son culpables de este presente. Pero sin dudas que la responsabilidad directa de que estos abdiquen a sus ideales es de los dirigentes. Bajo el axioma de la renovación si se pierden tres partidos, los directivos ceden ante las presiones mediaticas y de los simpatizantes y, por consiguiente, actuan desde la subjetividad propia de lo que son: hinchas de un club. Son contados con la mano los proyectos que tienen futuro en un fútbol en donde la vorágine y la impaciencia son moneda corriente.
La octava fecha del Torneo Apertura seguramente será olvidada por todos los amantes de este deporte. Con 13 goles (promediando 1,3 goles por partido) solo un equipo puede salvarse del derrumbe: Velez Sarsfield. El equipo de Gareca propone algo diferente de mitad de cancha hacia arriba pero sufre por sus carencias defensivas. Con poco le basta para ser el líder del certamen. Liderazgo que podria cambiar si el miércoles, Estudiantes vence a su clásico Gimnasia. Precisamente el Pincha, ahora eliminado de los torneos internacionales, es el único con pergaminos suficientes para destronar al equipo de Gareca y hacerse con este Apertura 2010, un torneo demasiado amarrete…por culpa de todos.